Michelle Lisseth Espinosa Martínez
Mandeville, en su obra “La fábula de las abejas” representa a la sociedad
humana en forma de colmena, en donde reinan los vicios y las virtudes. Según
Mandeville desde el punto de vista económico las virtudes no sirven para
estimular la economía, para generar riqueza y por tanto son malas porque
perjudican el bien común de la sociedad. Por el contrario los vicios privados
generan riqueza, progreso y por tanto son un beneficio público. Los diferentes
vicios, el egoísmo, la avaricia, la ambición, la hipocresía son las bases
fundamentales para la constitución de la sociedad. Vivimos en un mundo sustancialmente
egoísta, en donde la mayoría de personas no está dispuesta a sacrificar
voluntariamente sus propios intereses en favor de los demás, en donde solo se
busca la satisfacción de intereses personales sin considerar el bien o el mal
que puedan acarrear los demás.
Mandeville, además sostiene de manera explícita en la fábula que los
asuntos comerciales serían más prósperos cuanto menos regulados estén por el
gobierno; que las cosas tienden por si mismas a encontrar el equilibrio que
mejor les conviene; el mercado libre es capaz de coordinar por sí mismo los
distintos intereses particulares, resultando de esto una asignación optima de
los recursos y, en definitiva, el máximo bienestar de la sociedad entera. En
relación a esto Adam Smith en la riqueza de las naciones plantea que la mejor
forma de emplear el capital en la producción y distribución de la riqueza es
aquella en la que no interviene el gobierno, es decir, en condiciones de laissez-faire y de libre cambio. Afirma
además que el ser humano, en lo que respecta al ámbito económico, se mueve
principalmente de forma egoísta, es decir, por su interés individual, y que ese
egoísmo es el que actuara de motor para el crecimiento económico. Sin embargo
la riqueza creada, no se hallara concentrada en las manos de unos pocos sino
que de ella se beneficiara la mayoría de la población. Y todo ello en un marco
económico que se caracteriza por un mercado regido únicamente por sus leyes
naturales, las de oferta y demanda, sin la intervención del estado. Para
defender este concepto de un gobierno no intervencionista Smith estableció el
principio de la “mano invisible”:
todos los individuos, al buscar satisfacer sus propios intereses son conducidos
por una “mano invisible” para alcanzar el mejor objetivo social posible. Por
ello, cualquier interferencia en la competencia entre los individuos por parte
del gobierno será perjudicial.
Mirémoslo desde el punto de vista del mercado, donde cada persona al buscar
su propio interés económico (egoísmo), esta intenta obtener el mayor beneficio
posible y para ello tratara de producir los mejores bienes posibles y por lo
tanto de hacerlo lo más barato posible, debido a que existen muchos otros
productores y vendedores (competencia). Y por lo tanto al haber mayor
intercambio y mejor producción de bienes
disponibles y más baratos se eleva el nivel de vida de la población. En fin, el
mercado se regula a sí mismo en beneficio de la mayoría, y, en principio,
cualquier intervención estatal, por muy bienintencionada que esta sea,
desequilibrara el funcionamiento natural de aquel e impedirá el crecimiento y
distribución de la riqueza.
En conclusión lo que Mandeville nos quiere mostrar es que aquellas pasiones
las cuales todos decimos avergonzarnos son, precisamente, las que constituyen
el soporte de la sociedad prospera.
A más vicios privados, más prosperidad pública.
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