104415013133
Aunque
aún no hemos ingresado a la asignatura de teoría económica neoclásica designada
en el plan de estudios para nuestra formación en la corriente predominante de
la teoría económica actual, hemos tenido ya la oportunidad de conocer muchos de
los aspectos que la definen y caracterizan. Dada la considerabilísima
importancia del concepto de utilidad para la ortodoxia económica y los primeros
visos que hemos distinguido al estudiar las teorías clásicas de Smith, Ricardo
y Malthus, me ha parecido conveniente aprovechar la oportunidad que representa
el presente texto paralelo para hablar –aunque sea de manera sucinta– sobre algunos
asuntos relacionados con el utilitarismo, la visión filosófica que sitúa en la
utilidad la base de la moral dando lugar a una concepción de la moral según la
cual lo bueno no es sino
estrictamente lo útil, convirtiendo
así el principio de utilidad en
el principio fundamental, según el cual juzgar la moralidad de los actos.
La
importancia, pues, del utilitarismo deriva del acento que puso en el concepto
de utilidad para explicar el comportamiento humano. Esa forma de entender el
accionar humano puede interpretarse como una de las primeras manifestaciones
del positivismo en Inglaterra que llevada a extremo en el posterior análisis
microeconómico llegaría a cristalizar en la –tan consentida por los
neoclásicos– concepción del famoso homo
economicus propuesto por John Stuart Mill. Sin embargo, desde la época
clásica el utilitarismo halló, junto a Mill y J. Bentham, sus máximos
representantes en nada menos que dos grandes figuras de la economía política de
la época: David Ricardo y Thomas R. Malthus. Para estos autores, de lo que se
trataba era de convertir la moral en ciencia positiva, capaz de permitir la
transformación social hacia la felicidad colectiva. Dicha tendencia se estima producto
del contexto histórico pautado por el acaecimiento de la Revolución Industrial
pues las tesis utilitaristas pretendían ser, antes que un sistema teórico, un
instrumento de reforma social y política en una realidad caracterizada por la explotación,
la miseria de las clases obreras y el problema del crecimiento indiscriminado
de la población en un medio adverso. Una realidad que luchaba contra los
residuos del feudalismo. En esta vía, empezó a creerse
que, con la concepción utilitaria, una buena vía era trasladar la
política a los serenos e impersonales dominios de las matemáticas. Se tenía que
liberar al hombre de toda ideología o religión para conducirlo a la doble
identidad y repulsión de bien-placer y mal-dolor. Así, a merced del
trabajo de estos pensadores, la economía política salió de la fase de una
justificación del orden social existente para entrar en una fase de crítica de
este orden y de un aporte significativo de los medios aptos para transformarlo.
Desde el ámbito económico la repercusión inmediata en la política fue a través del liberalismo desmedido sobre el cual ya hemos departido bastante durante el semestre. El utilitarismo, con Smith y Ricardo, se concretó en el librecambismo, en la libertad de comercio, en la competencia universal, en gobiernos activos y frugales sin las trabas características de los siglos previos. Se pensaba que mediante el libre comercio se lograría la prosperidad general de los individuos y de las naciones. El liberalismo percibía a la sociedad como un conjunto de individuos aislados, independientes unos de otros, en el que cada uno era responsable de su propia suerte, y donde todos, si se lo proponían, podían triunfar. Por lo tanto, se consideraba legítima la búsqueda exclusiva de los fines individuales, y se veía el enriquecimiento personal como una señal de los méritos de cada uno. Esta visión tan marcadamente atomística no tuvo en cuenta las relaciones existentes entre las personas ni las interacciones e influencias -culturales, económicas, psicológicas- que se producen entre las mismas. Este atomismo sería ulteriormente incorporado con más fuerza a la visión del que se llamaría "pensamiento neoclásico" y tal vez fue ahí cuando se perdió un poco demasiado la esencia original del utilitarismo porque ya el bienestar colectivo no parece ser hoy en día un objetivo en la dinámica de interacciones como sí lo era hace unos cuantos siglos cuando surgió como una sensibilización filosófica a los problemas del siglo XIX. Es decir, la tesis utilitarista no es que sea reprobable en su totalidad, más bien es que el giro que tomó al interior de la teoría económica no ha sido el más consecuente con las causas de bienestar colectivo. Sin embargo, la esperanza está puesta en las nuevas apuestas que incorporan las premisas utilitaristas a teorías tan encomiables y prometedoras como la teoría de juegos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario