Una
característica del liberalismo económico es la que indica al estado que debe
dejar hacer dejar pasar, es decir no intervenir. El mayor abanderado de esta
idea Bentharn: el gobierno no puede hacer más que lo que podría hacer para
aumentar el deseo de comer y de beber. Su intervención es perfectamente inútil
y agrega: los impuestos no deben tener otro objeto que su objeto directo: el de
producir una renta disminuyendo el gravamen tanto cuando sea posible. Cuando se
quiere hacerlos servir como medios indirectos del estímulo o de restricción
para tal o cual especie de industria, el gobierno, como lo hemos visto ya, no
consigue más que desviar el curso natural del comercio y dar la dirección menos
ventajosa a los negocios.
¿Cómo
es que esta libertad económica absoluta puede regular la economía de una
nación?
Mediante
la ley de la oferta y la demanda que los liberales clásicos consideran una ley
natural, como la que regula el ciclo de las estaciones o la ley de la gravedad.
Cuando un producto es demandado por la gente en cantidades superiores a las
existentes el precio sube. Al subir algunos compradores se retaren y destinan
su dinero a otros productos. Al ver esos precios más altos, los poseedores del
capital invierten en producir esa mercadería que ahora se ha vuelto muy
rentable y por su competencia hacen que el precio baje. De esa manera la ley de
la oferta y la demanda no solo regula el precio de las mercaderías sino que
reasigna el uso de los capitales y la mano de obra de aquellos que más demandan
los consumidores cuando el estado interviene fijando el precio de un producto,
o colocando impuestos diferenciales a determinadas mercadería, destruye ese
equilibrio natural y determinados productos sobraran y otros escasearan. Cada
vez que se fijan precios máximos, se produce desabastecimiento.
Las
leyes del mercado, basadas en el juego de la oferta y la demanda, son la mano
invisible que rige el mundo económico y a la larga equilibran la producción y
el consumo de los diversos artículos.
Toda la barrera artificial, incluso entre las naciones, que dificulte las leyes
de mercado, deber ser abolida, se postula el incremento del comercio
internacional, principio que calza perfectamente con las necesidades de las potencias
industriales.
Para
decirlo en términos más modernos, el estado se debería limitar a mantener el
orden y hacer cumplir los contratos que las partes firmen libremente. Todo lo
demás debería quedar librado a las leyes de la economía. Cada individuo deberá
trabajar y ahorrar para educar a sus hijos, para enfrentar enfermedades y
accidentes y para mantenerse en la vejez y la invalidez.
El pensamiento liberal centra
su preocupación en la trilogía ganancia, ahorro, capital. El interés individual
y el social coinciden siempre, asegura Adam Smith; más lejos llega Malthus
cuando condena la asistencia a los desvalidos por ser perjudicial para la
sociedad; la felicidad general no sería posible “si el principio motor de la
conducta fuera la benevolencia”.
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