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Para los economistas clásicos, Adam Smith y David
Ricardo, desde el mismo comienzo de la reflexión, el valor se erige en el
problema que debe ser dilucidado. Esta intuición no es original en ellos,
porque ya desde los griegos -Platón y Aristóteles- se planteó la pregunta: ¿qué
vale y que no y por qué? La pregunta queda suspendida, por así decir, hasta que
en el siglo XVIII es retomada.
Si
la cosa vale, pues se presume que debe provenir de una actividad que encarna
ese valor. Este valor, sin embargo, no tenía una manifestación unívoca, sino
paradójicamente dual: hay un ´valor de cambio´ y un ´valor de uso´ y estos son
separados o, de cierta manera, separables. Esta separación dio lugar a la
llamada paradoja del valor: el agua –que no puede ser más útil– tiene (tenía)
nulo valor de cambio; por el contrario, un diamante –que no podría ser más
inútil– tiene un gran valor de cambio; entonces, ¿cómo explicar esto?
Otro
aspecto de esta paradoja se expresa en el hecho de que si aumenta la oferta del
bien –caeteris paribus– el comportamiento de su ´valor de cambio´ total
respecto al resto de la riqueza social no aumenta sino que, paradójicamente, se
mantiene o disminuye; y ninguna de estas posibilidades va a depender del pan
´en sí mismo´: se duplica la oferta de pan, por ejemplo, pero no se va a
duplicar su valor de cambio total, sino que ahora tenemos más pan que ´vale´ lo
mismo, si se demanda completamente; o, menos, si su demanda estaba satisfecha:
obviamente, el precio unitario –por kilo, por unidad, como quieran– va a
disminuir. Son paradojas que Adam Smith notó, pero no explicó. Después de Smith
vendría David Ricardo y, para irnos a la sustancia, llegó Carlos Marx. Nos va a
interesar saber qué hicieron con este problema.
Entonces,
“la palabra valor expresa dos significados diferentes”: uno, utilidad
particular y concreta que se expresa en una capacidad de uso: ´valor de uso´;
y, dos, capacidad de comprar otros bienes: ´valor de cambio´. Estas capacidades
estarían potencialmente en todo bien y luego, claro, el valor de cambio daría
lugar a la forma dinero que consigo traería otras implicaciones y fenómenos que
no consideraremos en este momento.
Quedémonos
con la doble noción de valor. Nótese que los bienes en cuanto valores de uso
serán inigualables, pues responderán siempre cada uno a su propiedad
específica. Pero, en cuanto valores de cambio, hay que reconocer que si se
intercambian, en ese acto de cambio, se “reconocen” como comparables y, si son
comparables, son igualables. Así que el valor de cambio, por consecuencia,
iguala. La pregunta a continuación fue, ¿cómo es posible que dos bienes de por
sí heterogéneos puedan igualarse en el valor de cambio? ¿qué sustancia los
iguala?
No
es la utilidad porque en tal caso el valor de uso y el valor de cambio serían
el mismo valor y no habría paradoja. Smith y Ricardo que no podían imaginar
hasta dónde llegarían las implicaciones de la institución capitalista creían y
así sostuvieron que “Si un bien no fuera, de ningún modo, útil –en otras
palabras, si no puede contribuir de ninguna manera a nuestras satisfacciones–,
no tendría ningún valor en cambio, por escaso que pudiera ser, sea cual fuere
la cantidad de trabajo necesaria para obtenerlo.” Principios de Economía
Política y Tributación, Vol. 1, pág. 9, ver referencia al final. Hoy diríamos
que sobreestimaron la inteligencia humana, a la vez que subestimaron la
“racionalidad” intrínseca del sistema. El problema en esta afirmación está en
¿qué es útil? Subestimaron la manera cómo el sistema es capaz de ´crear´
necesidades y, en el fondo, la capacidad humana para trascender la noción de
necesidad y verla como producto histórico-social y, en última instancia, como
´creación pura´: en efecto, ¿cómo definir la ´necesidad humana´ de una vez, en
todas partes y para siempre? Es un detalle importante, porque, para que sea
posible tal definición, es necesario un ser humano ´dado´, terminado y
´a-histórico´. Para Smith y Ricardo, esto no tendría problemas dado que ambos
tributan en el positivismo como cosmovisión de respaldo; pero, ¿qué haría Marx
con esto? Veremos.
En
todo caso, ya para Ricardo, dado el valor de uso, el valor de cambio de un bien
se alimentaría en dos fuentes: la escasez y la cantidad de trabajo “requerida
para obtenerlo”. Reconoció de esta manera que algunos bienes estarían
gobernados sólo por la ´escasez´; por ejemplo, cuando ningún trabajo es capaz
de aumentar la oferta: objetos de arte, libros y monedas raras, etc. Pero, para
Smith y Ricardo, todos estos casos serían raros siendo lo dominante que los
bienes deseados se produzcan a través del trabajo. Entonces, el razonamiento
acerca del ´valor´ sustentado en la idea de ´sustancia´ puede continuar. Pero,
atención, nótese la vacilación en este punto.
Su
conclusión fue que el valor de cambio de los bienes que la sociedad desea y
busca y sus precios relativos, es decir, lo que se entrega de uno por otro, va
a depender de la cantidad de trabajo relativa o comparativa empleada en uno y
otro. Eso sí, esto operaría en “las etapas iniciales de la sociedad”. Así, para
Smith: “El trabajo fue, pues, el precio primitivo, la moneda originaria que
sirvió para comprar y pagar todas las cosas”. Y, añade que, en ese “estado
primitivo y rudo de la sociedad, que precede a la acumulación del capital y a
la apropiación de la tierra, la única circunstancia que puede servir de norma
para el cambio recíproco de diferentes objetos parece ser la proporción entre
las distintas clases de trabajo que se necesitan para adquirirlos.”
Hay
aquí otra dualidad que debe observarse desde el principio: una cosa es la
cantidad de trabajo incorporada a la producción de un bien, esto es, lo que
cuesta producirlo; y otra, la capacidad de compra o cambio que ese mismo bien
una vez producido es capaz de pagar. Lo primero habla de la producción y la
oferta, lo segundo de su comparabilidad en el mercado y, por tanto, habla de la
demanda. Es claro que ambas no tienen por qué ser iguales.
Entonces,
aún asumiendo que el trabajo fuese la base del valor, la única fuente de valor,
hay un largo camino de análisis que recorrer y varias preguntas que responder:
¿cómo ocurre en las sociedades más complejas? ¿cómo explicar la paradoja del
valor? ¿cuáles son las fuerzas o variables que determinan la oferta? ¿cuáles
determinan la demanda? ¿cómo se articulan?
El
trabajo es pues el “precio primitivo”. Estamos, recordemos, frente a la
doctrina primordial de la economía política y ya Ricardo reconocía que “de
ninguna otra fuente brotan tantos errores ni tanta divergencia de opiniones en
esta ciencia como de las vagas ideas que van unidas a la palabra valor.” Vamos
por algunas consideraciones problemáticas.
Para
que cualquier incremento en la cantidad de trabajo requerida en la producción
de un bien se traduzca en aumento de su valor de cambio, así como el inverso,
para que una disminución de aquella cantidad conlleve una disminución del
valor, es necesario suponer que
la cantidad total de trabajo disponible por la sociedad es constante –esto
introduce ipso-facto el problema del tiempo, pero no es el caso–, pues solo así
aquel incremento de cantidad de trabajo supone necesariamente una sustracción
equivalente a la producción de otro bien o del resto de los bienes disponibles.
La consecuencia sería que la oferta global no se altera, entonces, ahora los
bienes que contienen más trabajo, verán aumentado su valor de cambio. Son
restricciones muy fuertes y, si se mira, bien, casi imposibles en la práctica,
donde tales “fijezas” no ocurren. Modifiquemos cualquiera de estos caeteris
paribus y las conclusiones no se sostienen.
Modifiquemos
el supuesto más simple: digamos que con el cambio la oferta del bien que ahora
absorbe más trabajo incrementa su producción en un porcentaje idéntico a la
nueva distribución del tiempo de trabajo total de la sociedad; entonces ahora
habrá más bienes de este tipo, cuyo valor total, atención, sería el mismo
que antes por lo que automáticamente su valor de cambio unitario sería menor.
Representan más trabajo como conjunto, pero su precio unitario habría
disminuido. Habría más riqueza social de este bien y estaríamos entrando en la
paradoja del valor.
Pregunta,
¿cómo afectaría esta situación a los resultados finales de esa industria? ¿cuál
sería la nueva situación del mercado? ¿La sociedad estaría mejor o peor? ¿cómo
se comportarán los precios? No podríamos saberlo y no solamente porque estamos
en supuestos tan restrictivos que jamás serían factibles, sino porque estamos
dejando de lado aspectos cualitativos no cuantificables casi infinitos en sus
posibilidades. Y todavía no entramos a considerar el hecho cierto de que nada
tiene que ver la cantidad de trabajo empleada en producir un bien con la
cantidad que es capaz de comprar como capacidad adquisitiva. Es decir, la
racionalidad del sistema supera con creces la ´racionalidad positiva´ de las
exposiciones tanto de Smith como de Ricardo. Es importante advertir esto.
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