domingo, 23 de octubre de 2016

LA MANO INVISIBLE



El mercado, aquel escenario comercial totalmente marcado por el intercambio o por la venta y compra de bienes y servicios en el que se pierde o se gana, en donde las emociones se tornan importantes a la hora de tomar decisiones, donde el dinero puede tornarse trágico o benéfico para determinadas partes y la competencia define muchas de las relaciones sociales que se presentan día a día.
Sabemos la importancia de este organismo y el papel tan importante que tiene no solo para generar ingresos sino también para la garantizar misma subsistencia, gracias a él podemos suplir nuestras necesidades y como lo dice Smith, satisfacemos también las de los demás para poder hacer lo mismo con las nuestras. David Ricardo plantea que los precios (a los cuales los demandantes están dispuestos a comprar) y las cantidades (a los que los productores están dispuestos a producir) son las señales del mercado, aquellas que ayudan a identificar y delimitar diversas situaciones. Gracias a lo anterior podemos establecer algunas relaciones, y en muchos casos podemos ver que las experiencias no son equitativas, es decir, la desigualdad al final de cuentas es la que se va a imponer sobre todos los escenarios -existirán escenarios en donde puede que no suceda lo anterior, pero mi experiencia carece de esta vivencia-.
“El mercado es una estructura maravillosa que exime al ser humano de toda responsabilidad por el resultado concreto de sus actos, porque automáticamente garantiza que este resultado será, de manera directa o indirecta, de provecho y bienestar para todos.”
La anterior cita, tomada del libro “Hacia una economía para la vida” trata de esbozar el orden económico que plantea Smith, pero a mí me hace pensar o mejor dicho, preguntarme, ¿puede ser esto tan cuerdo como para ser planteado? O ¿en qué situaciones se puede dar? Yo sinceramente no sabría dar una respuesta afirmativa al axioma anteriormente expuesto, y es que no entiendo cómo es que automáticamente se garantice un provecho o bienestar para todos sin importar lo que hagamos. Está claro que no viví en la época contemporánea a Smith, pero me planto en el actual sigo XXI donde la riqueza puede fácilmente ser vista como proporcional a la pobreza en el mundo, una época en la que la desigualdad se camufla a través de los salarios, las ganancias monetarias parecieran ser el sol de nuestras vidas, el egoísmo se convierte en el motor de nuestras acciones y el querer aparentar destruye muchas relaciones y personas.
Se dice que ningún ser humano por lo general se propone originariamente a promover el interés público y en cuanto menos nos preocupemos de la suerte de los otros miembros de la sociedad, más aseguramos a estos otros sus condiciones humanas de vida. Son algunas de las inferencias plasmadas del libro de Smith, que a mi modo de ver son correctas pero no aplicables en la sociedad. Básicamente porque eso de: no importa lo que hagamos, directa o indirectamente siempre vamos a producir un bienestar para todos, en la actualidad está claro que no se puede ver de ninguna manera el grado de verdad de la afirmación. Si esto en realidad sucediera no se crearían instituciones reguladoras o proteccionistas de determinados sectores económicos o sociales y ni siquiera debería existir una desigualdad tan marcada o catástrofes empresariales que vemos mes a mes; porque de alguna u otra manera la responsabilidad de nuestros actos siempre generara un bienestar o una molestia para el desarrollo de las sociedades y el modo de vida que llevan.
Lo que quiero con lo anterior es refutar uno de los planteamientos de Smith en donde  la irresponsabilidad de los actos humanos dentro de la estructura económica no parece ser una completa irresponsabilidad sino todo lo contrario, lo que parece indiferente, duro y tonto resulta ser la única forma realista de preocupación por la suerte del otro, el realismo del amor al prójimo. Adam Smith, es muy reconocido por su idea de la “mano invisible”. Una metáfora que justifica la afirmación de que el mercado se autorregula por un orden económico natural que produce automáticamente la riqueza y la prosperidad de la sociedad cuando los seres humanos compiten entre sí en un mercado libre. Esta competencia, aunque es movida por intereses egoístas, conduciría a la prosperidad y al bienestar de todos los ciudadanos, se sostiene que la libre competencia es la mejor manera de funcionar de la economía y que no importa lo que hagamos o cual sea la finalidad de nuestro actos, la mano invisible siempre guía las acciones de una u otra manera a promover -aunque no se haya propuesto desde un principio- un bienestar que satisface a muchos.


Adrián Jiménez

Bibliografía.

“Hacia una economía para la vida” Franz J. Hinkelammert y Henry Mora Jiménez

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