El
mercado, aquel escenario comercial totalmente marcado por el intercambio o por
la venta y compra de bienes y servicios en el que se pierde o se gana, en donde
las emociones se tornan importantes a la hora de tomar decisiones, donde el
dinero puede tornarse trágico o benéfico para determinadas partes y la
competencia define muchas de las relaciones sociales que se presentan día a
día.
Sabemos
la importancia de este organismo y el papel tan importante que tiene no solo
para generar ingresos sino también para la garantizar misma subsistencia,
gracias a él podemos suplir nuestras necesidades y como lo dice Smith,
satisfacemos también las de los demás para poder hacer lo mismo con las
nuestras. David Ricardo plantea que los precios (a los cuales los demandantes
están dispuestos a comprar) y las cantidades (a los que los productores están
dispuestos a producir) son las señales del mercado, aquellas que ayudan a
identificar y delimitar diversas situaciones. Gracias a lo anterior podemos establecer
algunas relaciones, y en muchos casos podemos ver que las experiencias no son
equitativas, es decir, la desigualdad al final de cuentas es la que se va a
imponer sobre todos los escenarios -existirán escenarios en donde puede que no
suceda lo anterior, pero mi experiencia carece de esta vivencia-.
“El mercado es una estructura maravillosa
que exime al ser humano de toda responsabilidad por el resultado concreto de
sus actos, porque automáticamente garantiza que este resultado será, de manera
directa o indirecta, de provecho y bienestar para todos.”
La
anterior cita, tomada del libro “Hacia una economía para la vida” trata de
esbozar el orden económico que plantea Smith, pero a mí me hace pensar o mejor
dicho, preguntarme, ¿puede ser esto tan cuerdo como para ser planteado? O ¿en
qué situaciones se puede dar? Yo sinceramente no sabría dar una respuesta
afirmativa al axioma anteriormente expuesto, y es que no entiendo cómo es que
automáticamente se garantice un provecho o bienestar para todos sin importar lo
que hagamos. Está claro que no viví en la época contemporánea a Smith, pero me
planto en el actual sigo XXI donde la riqueza puede fácilmente ser vista como
proporcional a la pobreza en el mundo, una época en la que la desigualdad se
camufla a través de los salarios, las ganancias monetarias parecieran ser el
sol de nuestras vidas, el egoísmo se convierte en el motor de nuestras acciones
y el querer aparentar destruye muchas relaciones y personas.
Se
dice que ningún ser humano por lo general se propone originariamente a promover
el interés público y en cuanto menos nos preocupemos de la suerte de los otros
miembros de la sociedad, más aseguramos a estos otros sus condiciones humanas
de vida. Son algunas de las inferencias plasmadas del libro de Smith, que a mi
modo de ver son correctas pero no aplicables en la sociedad. Básicamente porque
eso de: no importa lo que hagamos, directa o indirectamente siempre vamos a
producir un bienestar para todos, en la actualidad está claro que no se puede
ver de ninguna manera el grado de verdad de la afirmación. Si esto en realidad
sucediera no se crearían instituciones reguladoras o proteccionistas de
determinados sectores económicos o sociales y ni siquiera debería existir una
desigualdad tan marcada o catástrofes empresariales que vemos mes a mes; porque
de alguna u otra manera la responsabilidad de nuestros actos siempre generara
un bienestar o una molestia para el desarrollo de las sociedades y el
modo de vida que llevan.
Lo
que quiero con lo anterior es refutar uno de los planteamientos de Smith en
donde la irresponsabilidad de los actos humanos
dentro de la estructura económica no parece ser una completa irresponsabilidad
sino todo lo contrario, lo que parece indiferente, duro y tonto resulta ser la única
forma realista de preocupación por la suerte del otro, el realismo del amor al
prójimo. Adam Smith, es muy reconocido por su idea de la “mano invisible”. Una
metáfora que justifica la afirmación de que el mercado se autorregula por un
orden económico natural que produce automáticamente la riqueza y la prosperidad
de la sociedad cuando los seres humanos compiten entre sí en un mercado libre.
Esta competencia, aunque es movida por intereses egoístas, conduciría a la prosperidad
y al bienestar de todos los ciudadanos, se sostiene que la libre competencia es
la mejor manera de funcionar de la economía y que no importa lo que hagamos o
cual sea la finalidad de nuestro actos, la mano invisible siempre guía las
acciones de una u otra manera a promover -aunque no se haya propuesto desde un
principio- un bienestar que satisface a muchos.
Adrián Jiménez
Bibliografía.
“Hacia una economía para la vida” Franz J. Hinkelammert y Henry
Mora Jiménez
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