martes, 15 de septiembre de 2015

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En la línea de las disquisiciones en materia económica es bastante convencional pensar en los primeros economistas de la historia como héroes artífices que, aún con instrumentos y condiciones más primitivas, consiguieron levantar los cimientos del edificio de la economía y posibilitaron de esta manera a los sucesores pulir y perfeccionar progresivamente la estructura hasta lograr un acabado casi inmejorable. Así pues, nuestras concepciones presentes estarían en considerable ventaja frente a las ideas de la teoría económica clásica y estos, a su vez, en ventaja sobre las ideas preclásicas, por ejemplo. Pero, pensar de esta manera no nos conduce por el mejor camino; pues embarcarse en el estudio minucioso de la economía en su gran vastedad implica entender que cada época, cada escuela, cada aporte al gran entramado que hoy es materia de nuestro estudio, es valioso en tanto se dilucide con presteza las cuestiones principales, el enfoque, la metodología propias de cada caso y, especialmente, el contexto histórico en el que tuvieron lugar.
En este sentido es de preguntarse por qué la venerable etiqueta de “padre de la economía” ha sido y es atribuida en tan incontables ocasiones al economista escocés Adam Smith si la principal consecuencia de ello sería hacer pensar que las sociedades previas a la obra de este autor clásico no dieron un tratamiento significativo a la cuestión económica y, considerarlo así sería ignorar la importancia de los autores de corte mercantilista y fisiócrata a pesar de que nutrieron y estuvieron presentes en el trabajo de Smith, posiblemente en contraste a veces, pero ambos como influencia directa. Los fisiócratas, por ejemplo, han sido relegados a una posición bastante más modesta en la historia sólo por no considerar productivas las actividades diferentes de la agricultura, pero, aquí entra a jugar la importancia del contexto histórico, ellos vivieron en una época previa a la Revolución Francesa así que tenían preocupaciones y desarrollaron conceptos en consecuencia de ella y no por tal motivo sus aportes dejan de ser determinantes y valiosísimos. El mundialmente reconocido mérito de Smith quizá radica en su disposición a adoptar una postura ecléctica frente a esos aportes preclásicos, postura que le facilitó recoger las mejores ideas, fusionarlas, no tanto con una técnica demasiado formal sino con criterio, sabiduría y habilidad para crear una teoría que explicase el funcionamiento esencial de la economía y posteriormente, a partir de ella, planificar medidas económicas que promoviesen de manera más eficiente el crecimiento económico o la riqueza de las naciones. Así pues, sería más acertado encontrar en él los inicios de la economía política como tal, sin dejar de reconocer las concepciones más tempranas sobre el tema.

En su trabajo, Smith enlazó el método deductivo con la descripción histórica, hecho destacable porque ya desde Ricardo hasta nuestros días ese elemento histórico ha perdido gran parte de su relevancia en el campo económico en razón del marcado enfoque hacia el formalismo matemático. Otro aspecto a destacar en Smith es que nunca fue doctrinario, es decir, a pesar de la altura de su trabajo, no llevó a conclusiones definitivas sus premisas. Pese a que uno de sus aportes más importantes fue defender la política de laissez faire, procedió así no tanto porque creyera en la infalibilidad del libre mercado sino porque para la Inglaterra de su contexto histórico la experiencia mostraba que los mercados como reguladores producían resultados más aceptables que la intervención estatal. Así que fue cauto, especificó la precondición de simetría y competencia perfecta y estableció ciertas excepciones en su tesis pues no desatendía por completo las imperfecciones de la vida real en el mercado. Esto demuestra honradez intelectual por parte del economista y filósofo aún con todas las contradicciones y las confusiones sobre la originalidad que rodean su obra.

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