CARTA DE UN FISIOCRTA A UN MERCANTILISTA

ANA CECILIA MUÑOZ VELASCO

Cuando cumplí 17 años mi padre me envió a trabajar con el distinguido médico Francois Quesnay. Según él, el mejor regalo que podía obsequiarme no solo para mis años de juventud, sino para la vida, era empaparme de un conocimiento sin precedentes, porque en palabras de mi padre: -El médico Quesnay revolucionaría la sociedad.- La verdad no entendía a que revolución se refería y de solo pensar en el hecho de ver alguna herida o sangre ya me iba poniendo de muchos colores. Como buena hija obediente, además de que había visto a mi padre esforzarse tanto para lograr que su amigo le concediera dicho privilegio, accedí. Para mi sorpresa el primer día no fue en su consultorio médico y mucho menos en una sala quirúrgica. Lo encontré muy afanado saliendo de su lugar de trabajo, con unos rollos de papel amontonados bajo su brazo, me dijo que por suerte lo había alcanzado y que lo siguiera sin distraerme en el camino porque no me daría más espera. A mí me parecía un señor cara de rana, más su actitud de refunfuñar sin parar no me era del nada agradable. ¡Vaya regalo el que me dio mi padre! – pensaba.

Cruzamos un pasillo estrecho que nos condujo hacia la plaza de mercado, donde mi nuevo “regalito” se quedó en completo silencio y por supuesto yo no me atreví a balbucear silaba; luego entendería que lo que el señor Quesnay hacia era escuchar los precios de los productos ofrecidos en el día por los vendedores. Finalmente a media hora de camino, nos detuvimos para tomar asiento en el parque más solitario y que él extendiera los rollos usados hasta la última esquina de cada uno de ellos. Creí que sería una clase en la que yo sería parte activa, me equivoque. Durante las cuatro horas siguientes hasta el media día, lo único que hice fue escucharlo hablar casi fuera de control; cambiaba de ánimo sorpresivamente, pero siempre al punto de la frustración. Así transcurrieron los días en los que yo era su acompañante, cuando realmente empecé a tener un poco de disposición, supe el gran privilegio de poder escuchar al señor Quesnay en sus laboriosas mañanas y esto es lo que tengo para contarte querido mercantilista:

·         La naturaleza es la causa de la riqueza de las naciones y no la abundancia de mercancía y/o acumulación de metales preciosos.

·         Las privaciones no incrementan la riqueza, la producción sí.

·         La masa de dinero de un país no puede aumentar mientras la producción anual no aumente.

·         La clase productiva son los agricultores y son ellos quien tienen valor dentro del mercado.